20.4.08
Nude
Siento en estos días tantas cosas confusas que estoy enloqueciendo en la inútil tarea de ponerles orden a ellas y a mí. Tengo por dentro una maraña de sensaciones que me hacen consciente, quizás más que nunca, de mi cuerpo y de que es posible que me traicione. Me pasan cosas más allá de que me crezca el pecho o sienta dolor de barriga. Su efecto está reinando en el minúsculo territorio de mi cordura hasta volverla nada. Siento, porque sentir es lo único puedo, una tristeza profunda que me nace de las entrañas y sube a mi cabeza a veces en forma de llanto, otras en forma de un sudor frío que viene después de un golpe de calor, raro, muy raro. El agua. Mis hormonas están en guerra conmigo y no sé cómo librar esta batalla sin hacerme daño a mí misma. El cuerpo es extraño y maravilloso.
Estos días que estoy así me siento permeable a todo lo que veo no sólo a través de las ventanillas de los buses de Bogotá, por los que se ven muchas más cosas que en cualquier otra ciudad que yo haya conocido. Me acompaña muy a menudo esta canción con la que se me van cayendo, capita a capita, todas las pieles con las que me he ido vistiendo, como todos, a lo largo de los años. Y entonces todo me toca tan dentro que despierta la niña que nunca quiso salir de ese estado de inconsciencia infantil. Y me siento como una bolita pequeña envuelta en una manta que sólo quiere que la abracen y la mezan.
Voy en el autobús camino al trabajo. Y es sábado. Y me siento mal y no sé muy bien porqué hasta que veo a través de la ventana la respuesta. Veo dos niñas de unos 7 u 8 años jugando en la puerta de una tiendecita sobre una mesa improvisada con una madera sobre unos ladrillos. No sé a qué juegan pero es una especie de tablero con piezas de colores encima, y lápices como haciendo equilibrio en medio de ellas. No sé a qué juegan pero se las ve felices en esta mañana de sábado. Sin darme cuenta de todo esto me acuerdo de esa deliciosa sensación de los sábados en los que me levantaba a ver dibujos en la tele y a jugar en la puerta de mi casa con mis primas o con alguna amiga. Con el paso del tiempo cambié y cambiamos, y del juego de las casitas pasamos a tomarnos un café en tazas de verdad en mesas de verdad (si es que los muebles del Ikea pueden llamarse de verdad) y a hablar durante horas sobre todo lo que queríamos o necesitábamos hablar, contarnos. Y sobre la mesa se ponían miles de piezas de ese rompecabezas que todos somos a ver si juntas podíamos encajar algunas piezas y sentirnos mejor. Esa compañera de juegos de niñas grandes fue cambiando según la ciudad y el tiempo, y se llamó con muchos nombres, casi siempre de mujeres a las que adoro y de las que he aprendido todo lo que sé que me servirá algún día. En esta mañana de domingo en la que escribo esto, sólo quisiera jugar, jugar un rato, hablar en confianza, llorar con alguien o reírme de nosotras y de nuestro llanto de mujeres que lloramos por todo lo que nos rodea al menos una vez al mes.
Os echo de menos, a todos, niños y niñas.
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2 comentarios:
Yo también te echo muchísimo de menos.
yo tambien estoy en esos dias del mes. te adoro, os adoro y fuiste el abrazo que se me quedó vacío el sábado a las 10 hora española. quizas a esa misma hora sintieras lo que ahora leo y mi abrazo no te llegó. ahora te mando uno grande que espero que si recibas y se convierta en una capita mas de amor que envuelva esa bolita que indefensa que a veces eres, que a veces todos somos.
Dime si lo sientes. te lo envio cerrando los ojos muy fuerte, tanto, que al abrirlos veo puntinos :-).
Te quiero nena
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